domingo, 29 de junio de 2008

Niñas de Afganistán.

Hoy dejará de ser mi voz a través de mis palabras la que por un rato os haga escapar de vuestra rutina. Para los que no hayan tenido oportunidad de leer XLSemanal, pienso que el reportaje hoy publicado es digno de mención.
La gran mujer a la par que política, Rosa Díez, ha conseguido erizarme la piel con unas palabras llenas de sentimiento. Y que mejor manera de dar voz a un problema que afecta a millones de mujeres, que compartiéndolo con todos vosotros. No digo más. Las palabras sobran.


"No es tarea fácil poner palabras a unas imágenes como éstas. La mayor dificultad no estriba en la innegable belleza del documento fotográfico o en su altísima calidad artística; lo difícil para mí es añadir algo no dicho ya por esas miradas solemnes y tristes, repetidas en cada fotograma.

Cuando están posando para el fotógrafo con sus mejores galas, las niñas saben que se acaba el tiempo en que sus ojos estarán a la vista de todos. Y miran sin esconderse, sin pudor, sin miedo. Miran de frente, fijamente, como si se les escapara el tiempo. Capturan con sus ojos los ojos del otro, en una especie de reto que no podrán repetir muchas veces más.

Quizá el fotógrafo no pensaba en lo que nosotros perderemos cuando esas miradas claras y libres sean tapadas por la tela opresora. Quizá pensó sólo en denunciar lo que les pasará a esas niñas cuando cumplan los catorce años. Quizá quería mostrarnos lo que ya no podremos ver cuando el velo caiga sobre ellas.

Supongo que esas niñas ríen abiertamente cuando juegan entre ellas, cuando no tienen que tapar su pelo ante un extraño. Cubrir el pelo es el primer paso para privarlas de su plena personalidad. La más pequeña deja ver su cabello revuelto y claro cuando nos mira seria, como si fuera consciente de estar haciendo algo irrepetible. La han vestido con su traje más colorido y le han colocado abalorios de cuentas alrededor del cuello; ella acompaña el vestido de domingo con un gesto que parece incompatible con su edad. Apenas ha dejado de ser un bebé; pero posa con la dignidad propia de un adulto. Hay un detalle que nos recuerda el inevitable contexto en el que se realiza el reportaje: un pie descansa descalzo sobre el hollín del suelo. Eso –también–marca la diferencia con cualquier posado de cualquiera de nuestros niños. No hay cerca una madre, una hermana, una abuela solícita que pida al fotógrafo que espere mientras arregla la composición. Parece todo tan cuidado que uno se pregunta por qué dejaron ese pie descalzo, contrastando con la ropa y el collar buscados ex profeso para la fotografía del hombre extranjero que llegó de lejos. ¿Será que no había otra sandalia? ¿O será que es tan normal que nadie se molesta en ocultarlo? A la niña tampoco parece importarle ese detalle; al fin y al cabo andar descalza parece ser lo cotidiano... La miro y recuerdo a mis hijos cuando eran pequeños. Tiene los puñitos cerrados. Dicen que los niños cierran los puños cuando duermen para sentirse más seguros. Quizá en ella sea un gesto instintivo, como de no saber qué hacer con las manos. O quizá, sin saberlo, cierra los puños para retrasar el momento en el que se le escapen los sueños.

El grito por liberar a las mujeres de Afganistán del burka es un grito por nuestra propia libertad, por nuestra propia dignidad. Nos perderemos el respeto a nosotros mismos si una vez más, en el mismo momento en que el horror deje de entrarnos por la retina, olvidamos el drama de esas mujeres cuya existencia es negada, cuyos cuerpos son sometidos, lapidados, escondidos de la mirada y del respeto de los seres humanos. El burka es la segunda cárcel que soportan las mujeres que viven en Afganistán; la segunda cárcel que se suma a la que tienen que soportar todos sus conciudadanos por vivir en un país que se desangra en las guerras encadenadas, que no encuentra un espacio para la convivencia y para la democracia.

El burka es el símbolo de la negación de su condición de seres humanos. Tapan a las mujeres para negarles el más elemental de sus derechos: ser iguales que los hombres con los que conviven. Los hombres en Afganistán disfrutan de pocos derechos de ciudadanía; pero se reconocen como iguales por las calles. Sin embargo, a las mujeres se les hace saber que ellas no son iguales, que ellas no existen. Y para negar su existencia, nada mejor que taparlas, que someterlas a la deshumanización, que obligarlas a esconderse de la vista de los demás, que encerrarlas en una cárcel indigna, que para más humillación han de cerrar ellas mismas cada día. Es la humillación y el sometimiento; es la privación de todos sus derechos. Es la crueldad añadida por la que los hombres obligan a que sean ellas mismas, ya esclavas, quienes enseñen a sus hijas cuál es su destino.

Bajo el burka están los ojos, esos ojos limpios que son la luz de nuestras propias retinas. Bajo el burka están las lágrimas de esas mujeres que esperan de nosotros que las ayudemos a recuperar la luz. Dicen las mujeres afganas, esas pocas que recorren el mundo porque pudieron escapar, que bajo el burka no se puede reír porque el máximo esfuerzo está dedicado a poder respirar. El calor asfixia; la tela roza la cara; los movimientos se convierten en lentos. Algo tan normal para cualquiera de nosotros como girar la cabeza o alzar la barbilla resultará, dentro de unos pocos años, imposible para esas niñas cuyos rostros hoy contemplamos. Lo que para nosotros es tan normal que apenas si lo valoramos –alzar la cara para que el sol acaricie nuestro rostro, sentir cómo las gotas de lluvia resbalan sobre nuestra piel– resultará imposible para esas niñas una vez que sus padres, sus hermanos mayores, sus maridos las envuelvan en esa funda con la que niegan el cuerpo y el alma de sus mujeres.

Pero a nuestras niñas no sólo les espera la cárcel de tela. En la negación de su vida y de su libertad que practican los hombres afganos sobre ellas se incluye el derecho a venderlas a otros hombres cuando apenas si han cumplido catorce años. Muchas se escapan de esa doble cárcel suicidándose. Toman matarratas, combustible, ácidos... Lo que puedan encontrar.

La pregunta no es si podemos hacer algo más de lo que hacemos para denunciar y combatir esa injusticia permanente que se inflige cotidianamente contra miles de mujeres y niñas y que niega nuestra propia condición de seres humanos. La pregunta –para la que no tengo respuesta– es qué es lo que tiene que ocurrir para que esto que llamamos `mundo civilizado´ se levante contra esa injusticia milenaria que hoy sigue esclavizando a tantos seres humanos en todo el mundo y que pone la nota más amarga y cruel en el feudalismo machista y religioso contra las mujeres afganas. Porque esa injusticia contra las mujeres, ese sometimiento a que son obligadas frente a los hombres y su religión, esa tiranía bendecida por su dios, es mucho más brutal que la falta de libertad y de democracia que sufren tantos ciudadanos de tantos países del mundo. Si callamos ante su bárbaro, si callamos ante la tortura que sufren por su condición de mujer, si nos limitamos a adoptar resoluciones en organismos que no tienen ningún poder vinculante, si nos limitamos a emocionarnos cuando alguien nos pone sus ojos frente a los nuestros, si creemos que esa pasajera emoción es suficiente para liberar nuestra conciencia, nosotros mismos estaremos perdiendo parte de nuestra condición humana.


Estas niñas son nuestros ojos. Si se los tapan, nos los tapan; si las mutilan, mutilan nuestra libertad. Sólo el día que nuestros ojos puedan volver a reflejarse en los suyos nos habremos hecho acreedores de nuestro título de seres humanos. Mientras tanto, su oscuridad es nuestra vergüenza."

Rosa Díez, UPyD.

jueves, 26 de junio de 2008

Flowerbomb.

Un fin de semana perfecto con una gran aficionada a las compras en la capital europea de la moda, París. La idea, como las mejores ideas, surgió una noche en un pub con encanto en las calles más antiguas de Valencia. Nunca habíamos salido de viaje juntas, de hecho, éramos amigas desde bien pequeñas pero por cosas de la vida habíamos perdido gran parte del contacto que debe tener una amistad... Y sin pensarlo demasiado, un low cost nos arrancó de un cálido otoño mediterráneo para obligarnos ya en Charles de Gaulle a colocarnos encima capas y capas de ropa. Las lluvias y los escasos 10 grados nos decían que estábamos en Francia.

Había que aprovechar el tiempo en la ciudad, así que después de la visita al Louvre donde desesperé a mi compañera con tanta foto a una majestuosa Venus de Milo, cientos de tiendas en Champs Elysées nos esperaban con sus puertas abiertas... Pero, no penséis que despilfarramos la poca liquidez que como estudiantes nos caracteriza, así es que, ¿qué pensáis que hicimos? exacto, ir a comprar a la perfumería más grande y mas selecta de todo Champs Elysées. Y allí, nada más entrar cientos de frascos de un perfume totalmente desconocido llamaban la atención de todo el que entraba, y por supuesto, la mía.
Su packaging me enamoró, un precioso frasco rosado con un sello negro lacrado me animaba a oler las notas románticas que le hacen característico. "Flowerbomb, de los diseñadores Victor&Rolf", me dijo la dependienta en un español menos entendible todavía que mi francés...
Cuando volvimos a España, ni rastro de la pequeña joya que con suerte me decidí a comprar en nuestro país vecino. Pero mi piel ya emanaba su perfume, me hacía única entre J'Adore, Gean Paul o cientos de perfumes que con gran retraso llegan a España.
Y hoy, año y medio más tarde, Victor&Rolf ocupan cada vez más y más portadas de los clásicos de la moda. Raro es el mes en el que Vogue no le dedica un poquito de su papel couché, la última noticia, una exposición sobre muñecas que los diseñadores inaugurarán en Londres.

Prometo en una próxima entrada dedicar espacio de mi blog para que conozcáis a tan grandes diseñadores, pues no todos los días descubre una solita una marca unida a un buen producto que adquiere cada día más y más protagonismo propio.

domingo, 22 de junio de 2008

Sex and the City.

Puede que no fuera una de las más apasionadas fans de esa serie americana que a tantas mujeres lograba enganchar, pero, cuando las horas de aburrimiento de hace ya un año me desesperaban provocándome un tedio digno de las tardes más aburridas... me decidí a probar. 
Una de mis mejores amigas me dejó las 6 temporadas completas, y así, desde sus comienzos, Carrie, Charlotte, Samantha y Miranda se convirtieron en mis guías por la ciudad de las ciudades, Nueva York.
Risas, lloros, incluso identificaciones con algunas de las chicas en más de un capítulo hicieron que me enganchara y pasara a ser una de sus tantas fans...
Y ahora, un año después, acudo a la cita que a tantas mujeres nos ha reunido, Sex and the City ha llegado a la gran pantalla. 
Como no podía ser de otra forma, voy al cine con mi mejor amiga, pues, aunque el nombre de la serie y el de la propia película engañe, el verdadero eje de las historias de las chicas es la amistad. 
Carrie comienza a conducirnos por la Gran Manzana siguiendo el ritmo frenético que le provoca el entusiasmo de su ansiada boda con Big... Pero... Si has seguido la serie, conocerás el carácter de Big...
Sólo sus verdaderas amigas lograrán rescatar a Carrie del más largo de los episodios...
El desenlace de la peli, en la gran pantalla.  

miércoles, 4 de junio de 2008

Colores.

Un atardecer de verano, esas nubes rosas bañadas por un Sol en decadencia que a lo largo del día ha calentado enfurecido los paisajes más bonitos. 

Un despertar en primavera... los primeros rayos de una luz suave que nos llama al desayuno con el Sol como testigo.

En mis mejores paisajes siempre hay una estrella repetida, me da calor, me da luz, energía... me enamora con cada destello, con cada sonrisa.
Por fin me di cuenta que esa estrella no está a años luz en algún lugar del universo. Todo lo contrario. Cada día enamora una parte de mi distinta, con sus caricias... con sus sonrisas...